La vida da muchas vueltas. Yo pensaba acabar la mía junto a mi esposo empresario con el que llevaba casada desde los dieciocho años. Sin embargo, las cosas raras veces se desarrollan como uno las prevé. De hecho, a día de hoy estamos separados y en instancia de divorcio. Con ello, no sólo me he mudado de casa, sino también de región. Además, me he apuntado al Centro Universitario San Bernardo, una academia madrileña que se encuentra junto a la Puerta del Sol, para prepararme a la prueba de Acceso a la Universidad. La especialidad de dicha academia radica en la preparación de pruebas de Acceso a la Universidad para mayores de 25 años, 45 años y la preparación de la Selectividad para alumnos extranjeros. ¡Me encanta! Tengo la sensación de haber retomado las riendas de mi vida, de existir por fin por mí misma después de haber sido durante décadas la sombra de mi marido, ¡la “tonta durmiente”!, como digo yo ahora. Cuando lo pienso, me parece mentira que haya estado viviendo en semejante estado letárgico durante tantos años. Lo que inicialmente me pareció ser la mayor de las desgracia, a saber la traición de mi esposo y verme después de ello y a mis cuarenta y seis años completamente desolada y perdida, se fue convirtiendo sin embargo con el paso del tiempo en una suerte ofreciéndome una segunda oportunidad. Os cuento…
Tenía que retomar mi vida ahí donde la había dejado años atrás
Un día, mientras estaba vaciando los bolsillos de los pantalones de mi esposo para ponerlos a lavar, de pronto caí sobre un trozo de papel en el que ponía “Raquel”, un número de teléfono y un “te quiero, Sergio”. Sergio es el nombre del que era por aquel entonces todavía mi marido, y Raquel el de su secretaria… A partir de ahí, los acontecimientos se sucedieron muy rápidamente. Mi “media naranja” no negó la relación extraconyugal, reconoció incluso que llevaba años engañándome con su empleada, que la historia entre ellos era puramente sexual y “nada más” pero, y que a pesar de ello, añadió cabizbajo, a la que amaba de verdad y de toda su alma era a mí. ¡Sí, sí! ¡Claro! Tras la ducha fría y el intenso dolor que me ocasionó tal revelación, estuve un tiempo como anestesiada, atónita y sufriendo lo inconcebible… No obstante, poco a poco la rabia se apoderó de mi persona y la Clara que había sido yo antes de conocer a Sergio, reapareció: una chica con sueños e ideales, valiente y con ganas de superarse. Tenía tan sólo diecisiete años cuando conocí a Sergio, estaba en segundo año de Bachillerato, él me llevaba cinco años y estaba a punto de finalizar su carrera universitaria. Su físico, gran atractivo y labia tuvieron razón de mí. Al cumplir yo los dieciocho nos casamos y abandoné tontamente mis estudios. Luego de ello, llegaron los hijos y la rutina de una vida acomodada y aburrida. De tal forma que entre pitos y flautas pasaron los años hasta aquel “episodio del pantalón” (así es como llamaría yo a partir de entonces lo que fue el detonante de mi nueva vida) cuando todo basculó…
A día de hoy, no sé lo que hubiese sido de mi vida si no hubiese descubierto aquel trocito de papel, y la verdad es que ya me da igual… En la actualidad he recobrado el equilibrio, me he por fin “reencontrado” y soy feliz con mi nueva vida. Acudo al Centro Universitario San Bernardo para prepararme la prueba de Acceso a la Universidad para mayores de 25 años, 45 años (en la rama Ciencias Sociales y Jurídicas), o en horarios de mañana, o de tarde, o de manera intensiva los sábados, y a veces cuando no puedo asistir a clase de forma presencial lo hago también de forma online, todo ello según mis disponibilidades y ganas (pues, he encontrado asimismo un empleo de administrativa de unas cuantas horas en una pequeña empresa). Además, me he hecho nuevos amigos, tanto en el trabajo como en la academia. Algunos días salgo con ellos a cenar o a bailar y me lo paso bien. De hecho, y lo gracioso de toda esta historia, es que en el seno de esta pandilla se encuentra Diego, un chico muy majo y quince años menor que yo a quien parece ser yo no le sea indiferente. Ayer me invitó a solas a cenar. Le he dicho que me lo pensaría. Aunque me dé un poco de miedo creo que aceptaré su propuesta. Quizá sólo sea para una noche, quizá para más… No lo sé… Pero, sea lo que fuere ¡no la voy a desperdiciar!