Nuestro país está salpicado de edificios rurales, muy ligados al campo y que, en muchos casos, con el tiempo han caído en desuso. El turismo rural y el agroturismo son una oportunidad para darles una nueva vida y utilizarlos para transmitir al visitante nuestra cultura, tradiciones, historia y modos de vida. Te hablamos de algunas de ellas y de sus posibilidades.
Los edificios rurales son construcciones arquitectónicas ligadas a la agricultura y a la ganadería, con una función práctica.
Por el carácter rural de España, durante siglos se creó una infraestructura en torno a las labores agrarias, para hacer que el campo y la ganadería fueran rentables. Esto incluía una serie de edificios que facilitaban a los campesinos su trabajo.
El éxodo del campo a la ciudad y la despoblación de algunas zonas rurales han generado que muchas de estas instalaciones queden abandonadas. En su deterioro, también ha influido la mecanización del campo y el hecho que para algunas tareas en la actualidad se requiera menos mano de obra. Sin embargo, los edificios están ahí.
El turismo rural está insuflando algo de vida a nuestros pueblos. Se ha convertido en una fuente de ingresos y un mecanismo de creación de puestos de trabajo en el entorno rural. Pero existen más opciones en el sector turístico.
Los gestores de De Veras, una consultoría de desarrollo rural que trabaja en Extremadura, nos comentan que el agroturismo es un medio para hacer converger el turismo y la vida agrícola en los pueblos.
El agroturismo es una variedad del turismo rural, en la que el visitante conoce y participa en la vida agrícola y ganadera del destino que ha ido a visitar. Entra en contacto con los habitantes del lugar y descubre de primera mano cómo viven. De esta forma pueden conocer desde como se recoge la aceituna con la que se elabora el aceite que usa en su cocina, hasta aprender a hacer queso.
Esta modalidad turística pueden reactivar estos edificios rurales transmitiendo su legado, ya que forman parte de nuestra historia. Estos son algunos de estos edificios rurales emblemáticos que vale la pena conservar:
La quintería manchega.
El blog de arte y arquitectura «Hombre de Palo» define esta construcción como una casa de labranza. Se trata de una casa pequeña, rectangular, con las paredes enjalbegadas y el tejado a dos aguas, que se utilizaba para dar cobijo a los campesinos durante varias jornadas de trabajo, cuando no valía la pena regresar al pueblo.
La mayoría de estas construcciones tienen unos 30 metros cuadrados útiles. Estaban pensadas para dos gañanes y sus mulas. Contaban con una puerta en el centro, una chimenea y una ventana en lo alto para la ventilación. En el interior había un pesebre, una cocinilla con chimenea, una mesa y unos poyos de obra para sentarse y para descansar. En algunos de ellos, habían instalado camas o literas.
Aunque estas son las más frecuentes, había quinterías más grandes, para alojar a una cuadrilla. De hecho, en la Mancha existe el dicho de “me voy de quintería”, que hace referencia a que te ibas varios días fuera de casa para participar en la siega o en la vendimia. Cosechas en las que se trabajaba de sol a sol y no valía la pena que los jornaleros regresaran a sus casas, para aprovechar al máximo la campaña.
Estas construcciones están situadas al lado de veredas y caminos, rodeadas de viñas, olivares y campos de cereales. Alojarse en ellas es una oportunidad de conocer como se efectuaba la cosecha, e incluso participar en ella.
La masía catalana.
Según la Real Academia de la Lengua, una masía es una casa de labor con finca agraria y ganadera, típica de la antigua Corona de Aragón. Se trata de una construcción hecha de piedra, más elaborada, en la que solía vivir una familia entera de campesinos o pasar largas temporadas.
Aunque se suele asociar con Cataluña, existen construcciones muy similares en Zaragoza, Huesca, Mallorca y el sur de Francia. Su origen se remonta a la edad media. A los siglos IX y X.
Suele contar con varios módulos adosados que sirven para guardar el ganado, como granero y como almacén de aperos y maquinaria agrícola. El módulo que servía de vivienda contaba con 2 o 3 alturas. En la planta de abajo se colocaba una cocina grande y dependencias relacionadas con el almacenaje, ya fuera de uso doméstico o del trabajo agrícola (verduras de la huerta, secadero de embutido, etc.) En la planta principal se ubicaba el salón-comedor y las habitaciones.
Algunos consideran la masía como casa rural ideal. De hecho, muchas de ellas se están reutilizando en Cataluña como alojamiento rural. Por su número de habitaciones se emplea a menudo como un pequeño hotel.
La vida del “pagés” o “llaubrador”, que es como se llama al campesino, dependiendo de la zona, se realizaba en la masía. Esto crea opciones interesantes para organizar actividades que pueden ser atractivas para los huéspedes. Desde cómo llevar un huerto, entrar en contacto con los animales de la granja, algo que siempre gusta a los niños, o aprender a hacer queso. También da la oportunidad de difundir in situ la gastronomía y la artesanía de la zona. No solo para que la consuman, sino creando talleres en la que los turistas aprenden a elaborarla.
El cortijo.
Es una construcción agrícola propia de la mitad sur de España: Andalucía, La Mancha y Extremadura. Está relacionada con la agricultura extensiva, que se realiza en extensiones vastas de terreno y en las que era necesaria una gran cantidad de mano de obra. Solemos asociarlo al latifundismo y al caciquismo, sin embargo, la mayoría de cortijos no eran donde vivían los señoritos, y muchos de ellos son propiedad de pequeños y medianos agricultores.
La principal característica del cortijo es que está organizado en torno a un patio, igual que las antiguas casas romanas. A él se accede por un gran portón, y a su alrededor del patio se distribuyen diferentes dependencias. Unas servían para guardar los animales (cuadras, gallineros, pocilgas, etc.), otras para almacenaje (graneros, semilleros) y otras destinadas a otras funciones como fraguas, carpinterías, bodegas, almazara, etc.
En una de las dependencias se colocaba una cocina con chimenea, con poyos de obra para descansar y una gran sala que servía de gañanía para alojar a los jornaleros cuando estaban de campaña. El capataz de la cuadrilla solía disponer de una habitación individual.
Cuando había una familia que se encargaba de la guarda o vivía allí el propietario, contaba con una vivienda a parte que se comunicaba de alguna manera con el cortijo.
Dentro de los cortijos hay que diferenciar las caserías, que eran propios de pequeños y medianos propietarios o pertenecientes a fincas secundarias, y las haciendas, auténticos palacetes con casa señorial y que contaban, además, con capilla y zonas de recreo. Estas construcciones, que tienen su origen en el barroco de los siglos XVI y XVII, son habituales en las campiñas de Jerez, Sevilla, Córdoba, Jaén y Badajoz. Los cortijos también se pueden diferenciar respecto a la actividad principal de la finca: viñas, olivares, huertas o ganadería brava.
Un cortijo bien rehabilitado y orientado al agroturismo da opción a multitud actividades para los turistas. Estas instalaciones eran casi autosuficientes, lo que permite al visitante participar en una gran diversidad de tareas y oficios. Desde la introducción a la hípica, hasta conocer cómo funcionaba una fragua para calzar los caballos.
Crear un alojamiento rural.
Dice el periódico El Mundo que desde que se tiene un edificio con la idea de construir un alojamiento rural, hasta que este empiece a funcionar con todos los permisos en regla pueden transcurrir 2 o 3 años.
Siempre es recomendable empezar haciendo un plan de viabilidad, tanto económico como funcional. Hay que asegurarse de que el edificio, tal y como lo queremos, cumple todos los requisitos que fija la comunidad autónoma para darlo de alta como alojamiento rural. En el caso de que tengamos que hacer obras importantes en el inmueble, necesitaremos un proyecto visado por el colegio de arquitectos, más los respectivos permisos de obra del ayuntamiento.
Antes de abrir, necesitaremos solicitar al ayuntamiento de la localidad el permiso de apertura. Los técnicos municipales supervisarán los trabajos hechos, para ver si se adecúan a la normativa vigente. Después deberemos abonar las tasas correspondientes.
Paralelamente, hay que darse de alta en el I.A.E. (Impuesto de Actividades Económicas de Hacienda) en el epígrafe alojamiento rural. Por último, inscribir el edificio en el registro de alojamientos turísticos de la comunidad autónoma.
En función del proyecto que tengas, y de la política de fomento del turismo rural de tu región, puedes beneficiarte de ayudas, subvenciones y exenciones fiscales.
Recuerda que para que el edificio sea considerado alojamiento rural debe encontrarse fuera del núcleo poblacional o en municipios con una baja población. En Madrid debe tener menos de 15.000 habitantes y en Extremadura se exige que sea inferior a los 10.000.
Ligar la actividad agraria y la turística es un planteamiento que ayuda a dinamizar la economía de las zonas rurales, al tiempo que se difunden y conservan sus costumbres y su modo de vida.