¿Se puede tener una mascota en una residencia de mayores?

La residencia suele verse por desgracia, como el último hogar que una persona tendrá en su vida; sin embargo, esta visión puede transformarse si dicho lugar puede ser aquel en el que uno por fin, vuelva a sentirse acompañado. Y es que hay personas que, tras toda una vida de trabajo, responsabilidades y rutinas, llegan a una residencia cargadas de ausencias: algunas han perdido a su pareja, otras no tienen familia cercana o simplemente ya no pueden valerse por sí mismas. Pero muchas tienen algo en común: un amor incondicional que les espera tras la puerta.

¿A qué nos referimos? ¡A nuestras queridas mascotas! Un perrito, un gatito que adora acurrucarse en nuestro regazo, o incluso un pajarito que nos alegra el día con su canto. Dichas personas, que se sienten tan acompañadas gracias a estos pequeños amigos, sienten muchísima inquietud a la hora de decidir su alojamiento en una residencia, ya que, por desgracia, no todas permiten dicho tipo de acompañamiento.

¿Qué ocurre con esas mascotas cuando uno ingresa en una residencia? ¿Qué dice la ley?

El cambio que supone entrar en una residencia.

Mudarse a una residencia de mayores no es fácil: para muchos, significa dejar atrás su casa, sus recuerdos, sus objetos personales y, en ocasiones, su independencia. Y aunque las residencias han evolucionado muchísimo, y ya no son esos lugares fríos y hospitalarios que imaginamos del pasado, el proceso de adaptación sigue siendo bastante delicado.

Hoy en día, las residencias buscan ser un hogar, además de un espacio seguro en el que se garantizan las necesidades básicas: los profesionales a cargo de dichos edificios que tienen verdadera vocación y buscan satisfacer a sus huéspedes se preocupan de que dicho lugar sea un espacio en el que la persona pueda seguir sintiéndose viva, conectada con su historia, sus costumbres y sus afectos. Para eso existen programas de ocio, talleres, salidas culturales, jardines, salones acogedores, e incluso, en algunos casos, habitaciones decoradas al gusto del residente.

Pero nada de eso sustituye un vínculo afectivo profundo como el que puede haber entre una persona mayor y su mascota, porque no es solo un animal: es compañía, rutina, seguridad emocional ¡Familia! Y separarse de él puede ser tan doloroso como dejar atrás una parte de sí mismo.

¿Qué dice la ley?

Ciertamente, no existe una legislación estatal en España que prohíba ni permita expresamente tener mascotas en residencias de mayores. Es decir, depende de la normativa interna de cada centro y, en algunos casos, de las normativas autonómicas o municipales de sanidad. Algunas comunidades autónomas tienen protocolos higiénico-sanitarios más estrictos, y en ciertos ayuntamientos puede haber restricciones adicionales.

Esto deja en manos de la dirección de la residencia la posibilidad de permitir (o no) la convivencia con mascotas. Por desgracia, la mayoría de centros lo prohíben por defecto, basándose en criterios como:

  • Posibles alergias de otros residentes.
  • Dificultades para garantizar la higiene.
  • Problemas de movilidad o seguridad.
  • Falta de personal para apoyar el cuidado del animal si el residente no puede.
  • Normativas sanitarias internas que desaconsejan la presencia de animales en zonas comunes.

Pero hay excepciones. En los últimos años, algunas residencias están empezando a abrir sus puertas a los animales de compañía, ya sea de forma temporal (visitas programadas) o permanente (convivencia diaria si se cumplen ciertos requisitos).

¿Dónde se permite?

Afortunadamente, algunas iniciativas han surgido especialmente en zonas rurales o centros privados más pequeños y personalizados. Por ejemplo, hay residencias en Cataluña, Castilla y León o Andalucía que permiten que los residentes vivan con sus mascotas si:

  • El animal es pequeño y está bien educado.
  • El residente puede hacerse cargo de sus cuidados o cuenta con apoyo.
  • El resto de residentes de la habitación (o zona compartida) no presentan alergias o fobias.
  • Se firma un compromiso de responsabilidad.

También hay centros que no permiten mascotas residentes, pero sí organizan visitas terapéuticas con animales, (en especial con perros y conejos adiestrados) a través de asociaciones de terapia asistida.

El papel de las mascotas en la terapia ocupacional.

En este apartado, destacaremos una parte fundamental del día a día en las residencias: la terapia ocupacional. Lejos de ser un mero entretenimiento, los expertos de la Residencia para mayores Castilla insisten en que este tipo de terapia busca mantener o mejorar la autonomía personal, trabajar la memoria, fomentar las habilidades sociales y promover el bienestar general de las personas mayores.

Los terapeutas ocupacionales diseñan actividades adaptadas a cada perfil. Y cuando se incorporan animales a esas sesiones, los resultados han demostrado ser son profundamente positivos. De este modo, la terapia asistida con animales (TAA) se utiliza cada vez más en geriatría, con beneficios claramente demostrados:

  • Mejora del estado de ánimo.
  • Disminución del estrés y la ansiedad.
  • Reducción de síntomas depresivos.
  • Estimulación del lenguaje, la atención y la memoria.
  • Fomento de la actividad física suave (acariciar, caminar, cepillar al animal).
  • Aumento del sentido de responsabilidad y propósito.

Y es que, para una persona mayor con demencia leve o en silla de ruedas, por ejemplo, acariciar a un perro puede ser mucho más que un gesto bonito: es memoria táctil, conexión emocional, y por supuesto (y quizá lo más importante, para combatir la depresión que suelen sufrir este tipo de personas) es un gran motivo para sonreír.

Por esta razón, cada vez son más los lugares que se animan a colaborar con asociaciones caninas o veterinarios para introducir animales en sus terapias. Algunos incluso organizan «días de mascotas» donde familiares pueden traer al animal del residente para pasar la tarde juntos.

¿Y qué ocurre con las mascotas cuando una persona ingresa y no se las puede llevar?

Aquí es donde surge una de las situaciones más tristes y delicadas. Muchas personas mayores que ingresan en residencias no tienen a nadie que pueda hacerse cargo de su animal, y ante la imposibilidad de llevárselo consigo, se ven obligadas a darlo en adopción, lo cual puede ser devastadora a nivel emocional.

Hay protectoras que colaboran con centros geriátricos para evitar estas situaciones, y algunas residencias trabajan con asociaciones para que, si no pueden aceptar a la mascota, al menos se organice un sistema de visitas o de acogida temporal, permitiendo que el residente vea al animal de vez en cuando.

¿Y si el residente ya no reconoce al animal?

Si el residente ya no reconoce a su mascota a causa de una enfermedad como el alzhéimer, o la demencia avanzada, el vínculo no necesariamente desaparece, aunque la memoria sí lo haga.

La mayoría de expertos en geriatría y terapia ocupacional coinciden en que la conexión emocional con los animales puede permanecer incluso cuando si se ha perdido la memoria explícita. Es decir, puede que no recuerde el nombre del perro, ni que ha vivido con él diez años, pero sí recordar lo que siente cuando lo acaricia: tranquilidad, alegría, calma.

De hecho, hay residentes que no saben decir cómo se llama su mascota, pero sonríen cuando la ven entrar, la abrazan, le hablan, y la buscan con la mirada. A nivel neurológico, la relación con el animal activa zonas emocionales del cerebro que no dependen de la memoria racional, y eso es un tesoro cuando el resto del mundo ya no se reconoce.

En estos casos, el animal puede seguir cumpliendo una función terapéutica enorme. Y aunque ya no haya un “reconocimiento” consciente, sí hay una huella emocional que permanece. Por eso, muchas familias y profesionales eligen mantener ese contacto siempre que sea posible, porque el bienestar que genera sigue siendo real.

Es uno de esos momentos donde el amor se queda, aunque los recuerdos se vayan.

Debate abierto: Entonces, ¿Deberían cambiar las normativas?

¿No debería ser un derecho poder convivir con tu mascota si estás en condiciones de hacerlo?

Organismos internacionales como la OMS, la ONU o la propia Organización Mundial de Veterinaria recomiendan fomentar la convivencia con animales en residencias siempre que se haga en condiciones higiénicas y seguras. Pero en nuestro país, por desgracia, aún hay mucha resistencia.

Se necesita voluntad política, inversión en personal, normativa flexible y, sobre todo, una mirada humana. No debemos ver este asunto como un simple cumplimiento de protocolo de sanidad o higiene, sino que deberíamos preocuparnos por cuidar el alma de quienes ya lo han dado todo. Porque para una persona mayor, su mascota puede ser la última fuente de alegría verdadera.

Una convivencia posible y claramente necesaria.

Las mascotas son mucho más que animales de compañía, son seres vivos que comparten emociones, rutinas, silencios y cariño. En una residencia de mayores, donde la vida a veces parece detenerse, la presencia de un animal puede volver a encender algo por dentro, y recordarles quiénes fueron, devolverles las ganas de hablar, de moverse, de esperar al día siguiente con ilusión, así que son parte de una terapia muy beneficiosa para estas personas, y para afrontar mejor ese duro trance de la mudanza a una residencia.

La convivencia no está exenta de retos, claro que no, pero tampoco lo están las relaciones humanas, y no por eso las evitamos. Si empezamos a ver a las residencias como hogares reales y no como espacios temporales de cuidados básicos, entenderemos que una mascota no es un lujo, sino un derecho afectivo.

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Soy consciente de que en otros países este servicio se utiliza mucho pero no sé yo hasta qué

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