Si hay algo que nos gusta a los españoles es reunirnos en familia. La Navidad es un claro ejemplo de ello. Abuelos, padres, nietos, sobrinos, tíos, primos… Todos son bienvenidos a la mesa, una mesa que tiene que tener la capacidad de albergarnos a todos y de no excluir a nadie.
Por desgracia, pasar tiempo con la familia al completo es algo que se produce con paréntesis de tiempo cada vez más largos. El tiempo que nos arrebata el trabajo y la distancia a la que muchas familias se encuentran hacen imposible el verse y el poder intercambiar siquiera un par de besos.
Mi familia es de esas. Mi mujer y yo vivimos en un municipio de la provincia de Toledo y prácticamente todos nuestros familiares residen fuera de aquí. Mis dos hijos, de hecho, trabajan fuera de España: en Houston y Bruselas. Los hermanos de mi mujer y los míos lo hacen entre Madrid y Barcelona, por lo que vernos todos es muy complicado y solo ocurre en contadas ocasiones, especialmente durante el periodo navideño.
Por eso nos gusta que cada vez que podemos vernos todo se encuentre en perfectas condiciones, algo que no pasó hace dos Navidades cuando, sin previo aviso, dos de las patas de la mesa en la que comíamos cedió, arruinando el evento y haciéndonos quedar muy mal a mi mujer y a mí con nuestra propia familia. A pesar de que mis hijos nos decían que no nos preocupáramos porque no era nuestra la culpa, yo sí lo hacía. Me sentía responsable y lo era. Sin embargo, estaba convencido de que esto no me volvería a pasar.
Y lo estaba porque pensaba comprar la mejor mesa, una que fuera más resistente y, de paso, más amplia y moderna. Lo hablé con mi mujer y ella me habló de una empresa llamada Dismobel, encargada de vender todo tipo de mobiliario para el hogar. Según me contaba, Ángeles, una de sus mejores amigas, había amueblado su dormitorio con esa entidad y había conseguido así unos muebles de su gusto y a un precio bastante adecuado para su economía.
Efectivamente, me puse en contacto con los profesionales de Dismobel. Les comenté que quería una mesa especialmente preparada para albergar reuniones familiares, que fuera resistente, espaciosa y plegable. Me comentaron que, por supuesto, podrían satisfacer mi demanda porque una de sus especialidades eran las mesas para comedores. Me quedaba mucho más tranquilo. Con las referencias que ya tenía, estaba seguro que podría adquirir un producto como el que andaba buscando.
Sin más imprevistos en las reuniones
Muchas de las mesas que me mostraron en Dismobel me convencían. La dificultad real era elegir una de ellas. Y la verdad es que decidirme por la que finalmente me decidí no fue fácil. Se trataba de una mesa de madera que duplicaba su tamaño gracias a los pliegues, cuyas patas soportaban el peso con suficiencia y que no implicaría un desembolso importante de dinero.
Con la mesa ya en casa, llegaba el momento de disfrutar. La Navidad que acaba de terminar se había convertido en la primera oportunidad para lucirla y para demostrar que habíamos puesto remedio al desaguisado del invierno anterior. Efectivamente, cuando toda nuestra familia regresó a nuestra casa se percató del cambio e inmediatamente comprendió que sería totalmente imposible que algo nos impidiera celebrar la Nochebuena o la Nochevieja con normalidad.
Así las cosas, hemos podido tener una Navidad tranquila. Parece increíble como, simplemente con la ayuda de los mejores profesionales, podemos disfrutar mucho más de nuestros seres queridos y de los cada vez menos momentos que disfrutamos de ellos. Preparar una velada inmejorable es fundamental para que los momentos que vivimos en conjunto no caigan en el olvido. Y para esa velada, una mesa elegante y fuerte no puede faltar.