Hasta hace unos años se tenía en España una mentalidad muy cerrada sobre lo de ir a una residencia. La mayoría de los ancianos que ingresaban lo hacían con ciertos reparos y miedos. La adaptación a una nueva forma de vida y a una convivencia con personas ajenas al entorno familiar creaba reservas en los internos de los centros geriátricos que, afortunadamente, poco a poco se disipan gracias a la labor de trabajadores sociales y auxiliares. Pero es cierto que hasta que no estás allí no te das cuenta.
Yo lo he vivid en primera persona con mi madre. Nunca pensé que acabaría en una residencia, pero al final, obligado por mi situación laboral, lo tuve que hacer. Por suerte, pronto me di cuenta que no estaba llevando a mi madre a una residencia de ancianos, sino que la estaba llevando a un segundo hogar. Cuando se abrieron las puertas de la Residencia Geriátrica Benviure, también se abrieron las puertas de mi esperanza.
Llevan casi una década al servicio de las personas mayores y lo más importante es que tanto la familia como el anciano se sientan como en casa, con el mejor cuidado y atención de sus necesidades por parte de profesionales. Se han especializado en el mejor servicio hotelero y médico, destinando más de ocho mil metros cuadrados y las más modernas instalaciones al bienestar de nuestros residentes.
El triple
Los últimos números que maneja el INE son de 2011, pero se puede ver la evolución. En diez años el número de personas que en España se alojaban en residencias de la tercera edad pasó de 96.338 personas a 270.287, es decir, casi se triplicó. Esto significa que aumentó la cifra de ancianos residentes en hogares para mayores en un 180,56%. Está claro que la mentalidad ha cambiado, que España se ha quitado ese miedo a desprenderse de sus seres queridos.
Como os digo, lo he vivido en mis propias carnes y creo que todo se debe a esa mentalidad española conservadora. Hace muchas décadas, nadie llevaba a su madre a una residencia porque era ‘casi obligación’ de cuidarla por parte de la hija o de la nuera. Está claro que eran otros tiempos cuando las mujeres no se habían incorporado al mundo laboral. Un aspecto que sigue creando malentendidos con las persona que no saben explicarse bien. Pero ahora es impensable. Además, esa mentalidad arcaica también nos hacía pensar que el hecho de enviarla a un asilo (como se decía antes de manera peyorativa) era hacerla de menos. Quererla menos o incluso dejarla aparcada.